martes, septiembre 13, 2005

FILOSOFIA Y EMPRESA. Su empresa puede estar necesitando un filósofo


“Su empresa puede estar necesitando un filósofo. La necesidad de un humanismo empresarial”

Francisco Barrera

No hace mucho, apareció publicado en el rotativo “The Guardian” un artículo que decía que entre 1995 y 2002, se eliminaron treinta y un millones de empleo en la Industria manufacturera de las principales veinte economías del mundo. Se preguntaba el columnista si con mayor productividad se puede sustituir más personal, de dónde saldrá la demanda de consumo para comprar los nuevos productos y posibles servicios.
Esta situación dibuja con nitidez la realidad económica que dirigentes gubernamentales y empresariales, además de muchos economistas, se niegan a reconocer.
En todo este proceso, dentro del engranaje, el trabajador se ve envuelto en la actualidad en una vorágine que desestructura su vida y que hace inconciliables trabajo y familia.
Nada descubro si anoto que vivimos tiempos difíciles abocados por una economía de mercado sin piedad y por una filosofía vital carente de referencias, que arrastra al ser humano trabajador a la consecución de bienes que le alejan cada vez más del sentido vital que demanda cualquier existencia.
Con la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento soviético desaparece el único gran rival que se oponía a la expansión del capitalismo. Actualmente, el sistema capitalista se ve intensificado gracias a las nuevas tecnologías, que ejercen un dominio sobre los mercados mundiales gracias a la estructura de redes especulativas y financieras, que son transparentes a cualquier control. A ello hay que sumar las medidas cada vez más liberalizadoras de los gobiernos.
Así, llegamos a nuestros días, donde ideólogos y beneficiarios afirman que esa red conocida como globalización conducirá a la gallina de los huevos de oro a todos y a cada uno de nosotros, al tiempo que subrayan que esto es una consecuencia inevitable del progreso técnico.
No es este el momento de analizar el funcionamiento del mercado, sus resultados y la inferencia en los globalizados. Sin embargo, sí nos vendría bien una reflexión sobre esas virtudes que se auto asigna el capitalismo, como es la del “mercado perfecto”. ¿Es perfecto el mercado actual? ¿Tenemos toda la misma opción? ¿Existe verdaderamente libertad en este mercado?
Aún hoy los defensores de esta opción mantienen, como lo hiciera en el siglo XVIII el economista escocés Adam Smith, la perfección de éste y la de sus actores, gracias a una brújula capaz de indicar las necesidades del mercado y sus personajes.
Realmente esta perfección del mercado no es tal por desgracia, el mundo nos lleva cada día hacia un mercado más imperfecto. El consumidor no es libre, realmente elegimos ante los vendedores más accesibles, los más fuertes, los más establecidos.
Nos encontramos, pues, inmersos en una sociedad que cacarea insistentemente su desarrollo económico, que durante muchos años ha vendido su proyecto de economía como un proyecto capaz de hacer libre al hombre de nuestra sociedad, enfrentándolo a esa economía planificada que finiquitó la caída del muro y el final de la filosofía económica soviética. Este nuevo orden nos muestra un mercado libre que realmente no nos hace tan libres. Ahora, otras manos invisibles, distribuyen en el mercado sus operaciones según los criterios más convenientes, desplazando fábricas a países con salarios bajos, eludiendo fiscalidades, transvasando fondos, aplastando a los comercios locales y por lo tanto rivales…Al fin, empresas y poderosos directivos avanzan en la vida en una marcha triunfal por encima de los pueblos.
El mercado en nuestros días aparece condicionado fuertemente por dos grandes factores: el tecnológico y el institucional.
Tecnológico, como desde el progreso de la informática y de la innovación de Internet, elemento clave en la economía de mercado de nuestros días. Institucional, desde el momento en el que el liberalismo se asienta en las instituciones. Es el modelo elegido por los países más desarrollados.
¿Cómo se mueve por lo tanto la economía hoy? Se mueve con una agilidad brutal de comunicaciones y transferencias económicas, a lo que se suma la liberalización total de las operaciones privadas y una ausencia de control sobre ellas.
Ante esta perspectiva el empresario debe ser consciente, que el trabajo que se desarrolla en su empresa para alcanzar unos fines que vienen a cubrir unas necesidades y unos deseos, ha de conectar con lo absoluto. Dignificar el trabajo es por lo tanto acercarse a lo absoluto. El trabajo se dignifica de muchos modos, por supuesto, dándole importancia. Después, poniéndole las mejores condiciones espacio–temporales adecuadas y, cómo no, dotándolo de unos honorarios adecuados que ratifiquen la aceptación de esa dignidad humana. En ningún momento esta dignidad estaría presente si se establecieran marcadas diferencias retributivas que esbozaran diversos niveles y por lo tanto se llegase a menospreciar a unos trabajadores con respecto a otros.

La ley de mercado es necesaria y es válida, desde luego, pero eso no significa que sea
ley suprema, porque si lo es se transforma en inhumana, ya que el mercado desde el punto de vista del comprador es cambiante, relativo y parcial, por lo tanto el humanismo empresarial pide la extensión y profundización del principio cooperativo entre las empresas para promover la dignidad humana.
La empresa debería estar interesada en que todos los que con ella se relacionan se acerquen más a esa totalidad, a esa plenitud. Ahí es donde puede empezar a vislumbrar un paquete de acciones encaminados a conciliar vida profesional con vida familiar
Humanismo empresarial, puede ser por ejemplo que la élite dirigente de la empresa sepa contar, tener en cuenta, cada uno, siendo consciente de que ese cada uno no es una mera fuerza de trabajo, ni un mero sujeto inalienable de derechos, sino pura y simplemente un hombre, es decir, un ser humano.
Concluye la era industrial o moderna, arranca la era postindustrial o postmoderna y quien no se dé cuenta del cambio no sabe en que mundo vive y me temo que no será un buen manager, porque para gestionar el cambio es necesario conocerlo.
Como decía Kafka, un edificio deja ver su estructura solo después del incendio. La sociedad moderna en su fase terminal nos enseña un esqueleto donde el economicismo y la burocratización cristalizan en las estructuras mercantiles y estatales.
Estudiosos como Drucker, el primero que en 1958 utilizara la expresión “mundo postmoderno”, afirman que esta situación es la propia de un atolladero.
La realidad social y la empresarial no ha hecho mas que confirmar abrumadoramente una tendencia de cambio total, los acontecimientos de la Europa del Este y la dirección a la que apunta la teoría sociológica, nos llevan a entender que el mercado y el Estado, el economicismo y la burocratización, la riqueza y el poder, no constituyen lo central ni fundamental del hombre, ni son por lo tanto, los elementos o dimensiones principales del juego social.
Lo que hoy llamamos postmodernidad debería ser una vuelta, un regreso a ese mundo de vida corriente, que hasta ahora había quedado perdido. El mundo de las solidaridades primarias, el espacio de las relaciones vitales, algo que podríamos definir como “esencia ética”. Es necesaria la búsqueda de un lugar donde el hombre no sea moneda de cambio, objeto de compra.
Necesitamos abrir nuevos caminos, ya no es superestructura, ya no es bienestar, ahora es sociedad, ahora es calidad de vida. Afirma el Profesor Llano que: “El humanismo empresarial debe implicar una primacía de las personas sobre las estructuras organizativas, no se trata simplemente de que la organización no dañe al hombre que en ella trabaja, ni siquiera de que lo asista y proteja. Se trata de que lo considere un miembro vivo y activo de esa organización, un protagonista nato del drama que cada día se representa en la empresa.”1
Este cambio de actitud implica una transformación de los modelos organizativos, en una línea que disminuirá el automatismo y aumentará la espontaneidad, esto último podemos analizarlo mas detenidamente en un libro fundamental de Daniel Goleman, titulado: “La Práctica de la Inteligencia Emocional.”
Siempre dijeron los humanistas que la condición de posibilidad de toda sabiduría es el ocio. Obviamente, el ocio humanístico no consiste en no hacer nada, sino en poder dedicarse a actividades específicamente humanas, la modernidad ha eclipsado en gran parte esa concepción clásica, porque ha tendido siempre a concebir unilateralmente la acción humana en términos de producción.
Si el modelo organizativo que actualmente se desarrolla en el 90% de las empresas de este país, impide al trabajador conocer y querer la finalidad, el sentido de su trabajo, entonces no se le está expoliando de una cosa, sino que se le está arrancando su propia humanidad. Podríamos citar a muchas empresas que aún hoy fomentan dentro de sus estructuras la competencia interna, considerando que la promoción dentro de la empresa sólo se puede conseguir a costa de otros. Otras afortunadamente ya prohíben taxativamente la competencia interna.
El filósofo, el hombre sinóptico del que habló en su día Platón, tiene aquí una labor bien definida La labor arranca por llevar al empresario casi de una forma “mayéutica” al destierro del darwinismo social –la supervivencia de los más aptos-, uno de los muchos efectos perversos que provoca la unilateralidad de lo que hemos dado en llamar superestructura “empresa-estado”. El orientador filosófico debe provocar la necesidad de que emerja en el plano empresarial el mundo vital, lo ético y lo solidario. Este es un trecho largo y difícil y nunca puede ser confundido con una labor del representante de los trabajadores o del sindicato, nada más alejado.
El orientador filosófico no es ajeno ni puede olvidar el mundo de competencias que hoy existen en nuestras empresas, no debe ni puede volver la cara a las condiciones laborales en las que se encuentran miles de trabajadores procedentes de empresas de empleo temporal, los grandes parásitos de esta sociedad moderna, que bajo una legislación permisiva y de ojos cerrados ha dejado al libre mercado las puertas abiertas de una manera totalmente insostenible.
Llega la hora por lo tanto de considerar el ethos vital como el verdadero armazón de la empresa. Debemos pasar del concepto pasivo del bienestar al concepto activo de calidad de vida, debemos transformar el modelo organizativo desde el automatismo hacia la espontaneidad, debemos proponer una reflexión al empresario donde la estructura de la empresa propicie la verdadera inserción del ser humano en su estructura
Por ello tal vez nos atrevamos a decirle que su empresa puede estar necesitando un filósofo, que no es el tiempo de usar las mismas herramientas enmohecidas por los siglos. No vende el filósofo de empresa un nuevo modelo de gerencia empresarial, sólo quiere apuntar, como así lo hace desde hace muchos años en multitud de empresas en los cinco continentes, una reflexión constante sobre la situación del trabajador dentro de la estructura.
En estos últimos tiempos todos acudimos a la hora de referirnos a nuestra sociedad al término de la “información”. A la sociedad de la información le falta un cable, un cable que conecte con las personas. Por lo tanto, el papel del filósofo en la empresa podemos encontrarlo en: aquel que continuamente propicia una reflexión sobre una nueva cultura empresarial, aquel que ofrece constantemente una pregunta sobre la forma de hacer las cosas. Un estudioso de la gerencia del cambio presentó un trabajo en el que contaba los métodos de tres empresas para desarrollar con sus trabajadores. La primera empresa practicaba el siguiente principio “No hay nada como un sueño para crear el futuro” –Víctor Hugo-, en consecuencia siempre que se le enviaba una comunicación a cada trabajador, se le hacía la siguiente invitación: ¡atrévete a soñar!
A esa empresa acudían poetas a explicar como soñar y qué se siente al soñar. Había un formato estándar para que los trabajadores describieran en él sus sueños y explicaran la manera de volverlo realidad. En esta empresa el asesor externo que más honorarios había cobrado era un poeta. El investigador encontró otra empresa dentro de la cual por todas partes se explicaba e ilustraban de distinta manera los siguientes postulados:
Todo descubrimiento empezó por una pregunta..
La calidad de las respuestas depende de la calidad de las preguntas.
La Filosofía es el arte de hacer preguntas profundas.
La gerencia transformacional es el arte de ayudar a parir ideas.
Para esta empresa, como podéis imaginar, el gran maestro era Sócrates: los grandes maestros de la administración contemporánea no eran rechazados, pero se les tenía de vacaciones. Semanalmente a esta empresa acudía un filósofo a enseñarles a las personas el arte de preguntar y de cuestionar. Decía el filósofo: “si usted no cuestiona todo lo que es o parece obvio, todas las cosas siguen igual y si todo sigue igual, nada cambia”.
En la tercera empresa, el filósofo dirigía unos talleres para aprender a pensar. El filósofo decía: “He descubierto que hay dos clases de personas dentro de las instituciones: unas son personas nocionales y otras son personas pensantes”.
A las primeras las compara con una biblioteca, porque albergan en su almacén cerebral todo tipo de nociones o teorías administrativas, pero al momento de decidir no sabían cómo utilizar ese mar de información. A las segundas las compara con una llave maestra que abre cualquier puerta. En esta empresa se desarrollaban permanentemente seminarios para aprender a pensar. Necesitamos recuperar el sentido del trabajo por medio del reconocimiento de los fines y de la participación en su logro, dar más espacio a los bienes compartibles respecto de los excluyentes, eliminar la competencia interna y fomentar la cooperación, y no confundamos esto con trabajar en equipo, que es también fundamental. Debemos buscar criterios de universalidad Nihil novum sub sole (Nada hay nuevo bajo el sol).
Las nuevas tecnologías sin duda alguna han abierto en los últimos años unas posibilidades impresionantes al mundo empresarial. Operaciones financieras desde un despacho, son entre otras múltiples posibilidades abiertas ante el ciudadano de una buena parte de la tierra. Pero, y esto es muy importante, quienes ahora tienen a disposición estos medios informativos que hacen saltar por los aires los parqués de las bolsas de las capitales más industrializadas del mundo, seguirán siendo seres humanos. Con sus miserias y con sus grandezas.
En el fondo, como todas las generaciones precedentes, tal vez en la forma sí haya cambiado algo, pero al final, nada nuevo bajo el sol. Lo que nos lleva a lo que verdaderamente importa, la velocidad de gestión, la velocidad a la que se va a gestionar y que ésta no nos haga olvidar que existen realidades inmodificables. Las personas que tienen que tomar decisiones sobre el futuro, que cada vez llega más rápido, deben tener una sólida formación humanística, sin obviar la técnica. La formación existencial es imprescindible para dar respuestas no sólo a cuestiones meramente tácticas, sino también a las estratégicas. La formación humanística en la empresa no es una moda importada como ha creído hasta hace muy poco el empresario. La formación humanística incide sobre las mejores aportaciones que cada uno puede realizar a las organizaciones con las que se relaciona. Sin lugar a dudas, lo mejor de uno mismo solo es entregado cuando existe un proyecto claro al que llegar y cada uno asume aquella meta como apreciable para su propia existencia: un sentido en su trabajo.
El filósofo tiene que llamar la atención al empresario, tiene que recordarle continuamente que hay que dedicar tiempo a la gente, ahora más que antes es preciso el esfuerzo por mantener el trato personal. Mª Julieta Balart en un interesante artículo titulado: “El directivo del futuro: De yuppie a filósofo”, apunta que: “Tenemos que buscar caminos que nos ayuden a redescubrir a la persona en su esencia vital, a reaprender lo fundamental, lo olvidado, lo que estaba reservado a los filósofos. En resumen, debemos volvernos más holísticos y más globales, no sólo en la economía, sino también en los conocimientos. Debemos buscar respuestas uniendo áreas de conocimiento que el racionalismo separó. Ya era hora que entrase la Filosofía en la empresa”2. El lenguaje no verbal no es transmisible a través de unas líneas de un correo electrónico, ni siquiera con una videoconferencia. El filósofo tiene que recordar que hay que hablar en positivo de la gente y de las organizaciones. Cualquier realidad puede ser contemplada desde muy diversos puntos de vista: hay que procurar sacar siempre el más ventajoso, no sacando conclusiones negativas de los realizados por otros, evitando perspicacias que entorpezcan las relaciones humanas, y esto es propio de la competencia interna. Es preciso ayudar a todos, empezando por uno mismo, a mantener el razonable equilibrio entre trabajo, familia y amigos. No por acumular más y más horas en la sede de la empresa el rendimiento es superior.
Dijo Epicuro que: “Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano”. Hoy día los trabajadores sin lugar a dudas sufren las consecuencias de una política económica arrasadora. El ochenta por ciento de los trabajadores de las empresas tienen edades comprendidas entre los treinta y cincuenta y cinco años, esta generación denominada generación sándwich es quizás la que más sufre y la que se encuentra más necesitada de un humanismo dentro de su empresa. (La generación Sándwich es responsable de su trabajo, de cuidar y educar a sus hijos y, por último, acaba de ver cómo se añade a sus amplias responsabilidades la de la atención a sus mayores). El orientador evidentemente no viene a enfrentarse a la empresa, viene a trabajar con ella a conciliar empresa y familia a diseñar respuestas junto a los departamentos de RRHH y de gestión del conocimiento, a proponer la creación de un observatorio trabajo-familia, a intentar analizar con los empresarios porqué hoy sus directivos se decantan más por los paquetes sociales que los económicos; a reflexionar, con los gestores del cambio, que un aumento de productividad pasa necesariamente por políticas excelentes de gestión de personas donde: la flexibilidad, la racionalización del trabajo, las opciones de conciliación de éste con la familia y el reencuentro con un sentido vital dentro de su labor son los elementos estrellas de este nuevo procedimiento de gobierno. Esto es posible, y nuestra investigación pasa por una “tercera vía” entre las tesis defendidas por las profesoras: Adela Cortina desde la Universidad de Valencia, y la orientadora filosófica argentina Roxana Kreimer. Si la última nos invoca la vigencia del Manifiesto Comunista, y se lanza a una defensa de lucha de clases contra el poder establecido (el empresario), reafirmando a Marx y Engels, la primera nos lleva a comercializar la ética desde una óptica de rentabilidad de ésta en la empresa. Una ética rentable para el empresario. ¿Lo cualitativo cuantificado? ¿Algo abstracto? Otro mundo es posible, afirma Sampedro. Muchos empresarios comienzan a entenderlo y es obvio que el filósofo tiene mucho que decir en esta cuestión.


(1 )Actualidad del Humanismo Empresarial». Alejandro Llano. Cuadernos Empresa y Humanismo, nº 26, Instituto Empresa y Humanismo. Universidad de Navarra
(2) El directivo del futuro: De yuppie a filósofo. Mª Julieta Balart. www. rrhhmagazine.com

Bibliografía
Ballesteros, Jesús: Postomodernidad: Decadencia o resistencia. Madrid, Tecno, 1989.
Bell, Daniel: Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid, Alianza, 1989.
Brooking, Annie: El capital intelectual. Barcelona, Paidós Ibérica (Paidós Empresa), 1997.
Drucker, Peter F.: Las nuevas realidades. Madrid, Edhasa (Ciencias de la Dirección), 1989.
Gómez Pérez, Rafael: Cómo entender el fin de siglo. Barcelona, Ediciones del Drach (Colección Contrastes), 1988.
Llana, Alejandro: La nueva sensibilidad. Madrid, Espasa- Calpe, 2ª edic., 1989.
Melendo, Tomás: Las claves de la leficacia empresarial. Madrid, Rialp (Colección “Empresa y Humanismo”), 1990.
Sampedro, José Luis: El mercado y la globalización. Barcelona, Ediciones Destino, 2002.
Stewart, Thomas A.: La nueva riqueza de las organizaciones: el Capital Intelectual. Buenos Aires, Ediciones Granica, 1998.
Stiglitz, Joseph E.: El Malestar en la globalización. Madrid, Taurus, 2002.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente perfecto