lunes, septiembre 12, 2005

FILOSOFIA PARA EL MORIR.Ante el final de la vida


DILEMAS ANTE EL FINAL DE LA VIDA. CONTRA ÉTICAS GRABADAS EN PIEDRA. CONTRA ÉTICAS ESCRITAS EN PANFLETOS.

Francisco Barrera

La exigencia ética, dice Savater, siempre ha estado en dramática minoría frente a la realidad histórica mayoritaria. Nunca ha sido la voz de lo dominante, de lo en efecto ya cumplido, sino la demanda, a veces soterrada y a veces clamorosa , que se opone a lo supuestamente inevitable. Tanto su dignidad como su urgencia provienen de esa disidencia, de ser la articulación crítica de cierto inconformismo no partidista (1)
Desde esta reflexión se podría abrir una línea, tortuosa sin duda, capaz de adentrarse, a manera del venero que nace en la umbría del valle, por entre dos enormes montañas. La ética grabada sobre piedra y la ética de panfleto.
Deberíamos buscar en esa línea la exigencia ética a la que se refiere el filósofo, por eso es río minúsculo, pequeño, pero sin duda necesario; va buscando en su travesía el arrastrar de aquí y de allá, entre esas viejas cúspides establecidas a lo largo de años, sedimentos necesarios para llegar a meandros sin atalayas, a planicies más sosegadas donde detenernos a pensar sobre un tema tan crucial como el sufrimiento y la muerte. Un lugar común donde comenzar, atravesadas ya las puertas del XXI, a plantearnos nuevas opciones éticas ante el final de la vida.
Entre la ética grabada en piedra: cincelada, precisa, omnipotente, de bases inamovibles y respuestas a toda pregunta, al fin, la ética de la santidad de la vida y una ética utilitarista, de al uso, casi de marketing, que arrasa como la primera en su rapidez de respuestas y recibe continuos arrumacos en mundos mediáticos que se autodefinen como progresistas, debería moverse un necesario diálogo. Es imprescindible superar esa dicotomía. Difícil valle para nuestro río .Difícil travesía.
Ambas éticas tienen prisa en estos últimos tiempos por dejar la marca más visible. Decidir con tanta premura sobre nosotros mismos hace que a menudo un escalofrío nos recorra el cuerpo. Así, cuando buscamos unas bases sobre las que asentar nuestras decisiones en torno al final de la vida, nos encontramos a la forma orteguiana más que nunca desmoralizados.
Los nuevos tiempos nos han colocado aquí, y la tecnología ha forzado aún más la situación. Ante un final de la vida, diametralmente opuesto al de hace un siglo, necesitamos otras respuestas, y esto, se quiera o no, es inevitable.
Desde hace bastantes años la muerte, ya no es una “muerte domesticada”(2) . Está tan apartada de nuestras vidas que es casi de mal gusto hablar de ella y de lo que le rodea.
Hoy no morimos igual, “mal morimos”, alejados de muchas cosas que la tecnología decidió dispensables.
En este torbellino tecnológico hemos llegado a un espacio peligroso, aquel que lleva al ser humano en sus últimos días, en su tramo final por un camino que le aleja cada vez más de su entorno, de su familia, de sus referentes, de su propia identidad.
No nos detendremos en esa obstinación por que la muerte no anide en los cuerpos, tan propia de la medicina moderna, sí creo que deberíamos hacerlo en las llamadas al orden que a este respecto han apuntado autores como: Gorer, Thomas o la doctora Kübler- Ross(3) señalándonos con fuerza el gran riesgo de “mal morir” y la deshumanización en la muerte hospitalaria. Lo que Méndez Baiges define como “modo tecnológico de morir”(4).
Ya que todos vamos a morir, preservar la vida no debería considerase como un ideal más elevado que contribuir a una muerte en paz.(5) , A estas alturas parece que hay coincidencia en que la medicina del siglo XXI debe tener entre sus objetivos ayudar a las personas a morir en paz. ,adquiriendo esto, según el profesor Bayés la misma importancia que la permanente lucha contra las enfermedades y la supervivencia de los individuos de la especie.
Morir en paz parece aquí sinónimo de muerte digna, y este concepto, el de la dignidad del morir humano es sumamente importante de analizar porque desde aquí parten esas dos posiciones antagonistas que mostrábamos a manera de montañas entre el río.
En un interesantísimo artículo del profesor Bonete Perales, donde esboza conceptualmente la esencia de la dignidad del morir, abre sin hojarascas el planteamiento que vamos a analizar en esta reflexión. Volveremos a él más tarde,
Afortunadamente no todos pensaban que la muerte es un fracaso, además de creer que lo era el sufrimiento innecesario. El trabajo de la medicina paliativa, tanto el hospitalario como el domiciliario ha sido, es y será sin duda uno de los grandes alivios en el proceso de morir. Alejar la distanasia de la cama del enfermo es uno de los grandes alicientes de esta profesión. No obstante, no podemos olvidar que el sufrimiento no es sólo dolor físico. El trabajo de las unidades de medicina paliativa, las hospitalarias y las domiciliarias, es realmente uno de los grandes avances sobre el proceso de morir, reúne potentes elementos capaces de luchar contra ese “mal morir” antes referido . Sin embargo, a estos cuidados paliativos no acceden muchos enfermos por diversos motivos .
En este punto, hemos de preguntarnos si son suficientes las unidades paliativas existentes, parece que no, y si están dotadas como deberían. En cualquier caso no podemos pasar por alto las reiteradas reivindicaciones del personal especializado en este campo sanitario sobre la falta de centros, medios e inversiones para hacer llegar esta medicina esencial a cualquier rincón de nuestro país. El protagonismo de los equipos médicos paliativos es tan esencial, que hoy no podríamos entender una búsqueda en la dignidad del morir del ser humano sin ellos.
Pero, ya lo apuntábamos al principio, la sociedad contemporánea ha fabricado una enorme coraza frente al dolor y la muerte, y apoyándose en las estructuras médicas actuales ha cedido un mucho a la hora de la toma de decisiones. Durante mucho tiempo se ha mantenido la imposibilidad de cruzar el umbral de la muerte con el enfermo en casa. En la inmensa mayoría de ocasiones, pacientes terminales han sido y son desviados a las urgencias de centros hospitalarios a la espera de que la tecnología resuelva algo que es imposible.
Esta actitud, ha llevado a la familia de los enfermos a ir desatando los vínculos que en la estructura de la casa habían cuidado, para ceder a desconocidos ,en un espacio ajeno y extraño, a sus seres queridos. ¿ Miedo, veneración a la tecnología médica y a sus macro centros, liberación de responsabilidades…?
Treinta y cinco años después del libro Sobre la muerte y los moribundos de la doctora Kúbler- Ross aún volvemos a tropezar con las mismas dificultades, aún seguimos teorizando, aún seguimos obviando su enseñanza, fundamental a mi entender y de lectura obligada, junto con el resto de su dilatada obra, a cualquiera que recorre estos espacios.
Con la medicina paliativa conseguimos por lo tanto acercar la dignidad al ser humano que muere, y comparto con ello la totalidad de lo que Enrique Bonete en su amplio estudio desde la Tánato-ética anota al respecto, cuando dice que : “ Ser cuidado cuando ya se tiene la absoluta certeza de que no se sirve para nada, es reconocer de modo excelso que la persona enferma y débil, que se está muriendo, es un fin en sí mismo, y no un mero medio para otros fines sociales, económicos, médicos, familiares, etc. La concepción de la persona que subyace a la defensa de los cuidados paliativos como el modo más auténtico de muerte digna, es claramente incondicional y de carácter ontológico.”(6)
Si el trabajo contra el dolor y todo ese “mucho más” que desarrolla una verdadera medicina paliativa es tarea de sus profesionales, no podemos olvidar que la familia es tan o más esencial que estos equipos, porque en ella reside la posibilidad de atenuar ese otro sufrimiento que no cede a un cloruro mórfico. Es en la familia y dentro de su espacio vital donde el enfermo terminal, con el apoyo de los equipos paliativos domiciliarios puede acercarse a esa muerte digna que tratamos de encontrar, eso sí, siempre atentos a esa interesante reflexión que nos hace Bayés : “El proceso de morir es el gran continente que queda por descubrir”
Para ello, y siempre teniendo en cuenta que la sociedad contemporánea hace todo lo que puede por apartar al enfermo de las presencia de sus familiares, tendríamos que poner en marcha muchos resortes para devolver a la muerte su espacio dentro de la sociedad, dentro de lo cotidiano, dentro de las relaciones familiares , porque numerosos estudios reflejan que sólo el 15 % de las personas que fallecieron en los hospitales deseaba hacerlo allí.
Si ese tramo final es viable, como ocurre en multitud de casos, que quede exento de un apoyo tecnológico que precise una maquinaria complicada, parece que la opción de la muerte en casa debe retomarse.
Aún así, no tenemos a favor esa cultura que contemple la muerte como algo natural. El miedo a la muerte y a todo lo que la rodea precisa de una formación en las familias que se plantean acompañar de una manera comprometida a los suyos en el final de su vida. Deberíamos iniciar una reflexión muy profunda, desde las edades escolares, en lo que significa la muerte y vivir con esta realidad de una manera más real para afrontarla de forma tal que seamos capaces de ayudar a los que se van y de ayudarnos a nosotros cuando esto ocurra. En este espacio multidisciplinar es donde el orientador filosófico puede desarrollar un trabajo muy importante de apoyo al muriente y a sus familiares.
Volviendo a lo expuesto por el profesor Bonete en ese esbozo conceptual de la dignidad del morir del ser humano, y aquí queríamos llegar, nos encontramos con un interrogante que recoge perfectamente uno de los dilemas más importantes con el que nos podemos encontrar en decisiones ante el final de la vida. “¿ es la reivindicación de la eutanasia una defensa de la muerte diga, o la dignidad del proceso de morir implica al contrario el impedimento de cualquier tipo de eutanasia?
Esta interesante interrogante nos lleva hasta otra no menos, la que plantea Peter Singer, la que nos muestra de nuevo las dos montañas, las dos éticas por la que fluye nuestro río. Una, la ética grabada en piedra, la de la Santidad de la Vida, aquella que afirma que el valor absoluto es la vida. Si hay vida, hay que protegerla, la otra, la ética de la Calidad de Vida., donde se sostiene que el valor de la vida humana varía según qué situaciones, siendo necesario para la comunidad una toma de decisiones de manera singular, a propósito de poner o no fin a la vida.
Volvemos de nuevo a este espacio dicotómico. No existen tonalidades intermedias entre santidad y calidad, cerramos de nuevo espacios para ese diálogo necesario entre una ética para una muerte digna.
Si damos por buena la Tánato-ética como parte claramente diferenciada de la Bioética y por supuesto de la Tanatologia, y haciendo uso de su división : parte teórica y parte práctica, siendo la última aquella que tal vez más nos interese en esta reflexión, porque trataría o trata de buscar fundamentos éticos para responder a esos dilemas a todos aquellos que juegan un rol importante en la muerte de los demás, creo que no podemos cerrar opciones al moribundo.
¿ Por qué la dignidad del proceso de morir no permitiría un planteamiento eutanásico?. Si la dignidad es un valor reconocido, y solo se concreta individualmente , cómo podemos impedir la voluntad de cualquier ser humano.
En la institución hospitalaria, hemos depositado creo que erróneamente algunas tareas que deberíamos asumir siempre como nuestras. ¿ Paternalismo asumido?.
Los que han vivido de manera cercana experiencias de muerte, los que han recorrido con el moribundo los últimos meses de su vida, las últimas horas, el último aire compartido, saben perfectamente que ante este paso son necesarias muchas más cosas que éticas al uso , más cosas que éticas del más allá.
Por otra parte, no podemos olvidar que el sufrimiento no es sólo dolor físico. Independientemente de esa voluntad de tratamiento integral, que quiere y pretende el personal sanitario paliativo, quedan huecos importantísimos donde el enfermo terminal necesita puntales excepcionales para sostener una ruina existencial, que avisa derrumbamiento en la mayoría de las ocasiones. A la manera sartriana todos estamos condenados a elegir. La elección de cómo finalizar la vida debe ser respetada, en ella subyace la dignidad humana.
No es sólo el dolor el objetivo a vencer, es, además la soledad y el desamparo de quien se sabe morir. De ahí la necesidad de un apoyo para asumir su muerte desde todas las perspectivas y posibilidades existentes. Unos lo buscarán en “orientadores religiosos” de acuerdo a su fe procesada, otros, buscarán en sus amigos y en sus familiares.
Parece que seguimos empeñados en cerrar los ojos y taponar nuestros oídos, porque qué otra explicación tiene que cuando nuestros enfermos paliativos demandan cambios para asumir una muerte en paz, se sigan ofreciendo las mismas alternativas que hace veinte años.
Las investigaciones lo constatan, la mayoría de los enfermos reconocen que el elemento que más le ayudaría a morir en paz es poder hacerlo con la compañía de sus seres queridos, por encima del alejamiento total del dolor. Vuelvo a preguntarme con el profesor Bayés por qué damos por conocido el proceso de morir, por qué asumimos como conocido espacios tan dificultosos de explorar.
.La realidad pasa al fin por un trabajo iniciado, con equipos compactos y muy profesionales, que luchan por desarrollar una terapia lo más integral posible, equipos que son conscientes en una implicación en el proceso de morir de un ser humano y que desarrollan su trabajo no con las mejores condiciones posibles.
A estas dificultades se unen importantes dilemas éticos a la hora de toma de decisiones, dilemas éticos que han encorsetado el final de la vida en dos opciones cerradas, en dos caminos dispares, en dos posturas enfrentadas, en un cierre absoluto de salidas que precisa un desbloqueo urgente.
El dilema ético implica a todos los actores de la escena del final de la vida. El moribundo, su familia ,el personal multidisciplinar que le cuida…todos.
En los últimos cinco años han visto la luz una multitud de publicaciones que analiza las posturas éticas y los problemas filosóficos y jurídicos que se plantean en las decisiones ante el final de la vida.
Con el máximo respeto a todos, y por supuesto sin poder hablar de cada uno de ellos, cada vez más nos encontramos publicaciones que no aportan novedad alguna al tema En un pretendido afán de erudición, estas publicaciones se asemejan entre ellas en mostrar una extraña obsesión compiladora de posturas enfrentadas. Nunca más allá.
Numerosos ensayos aparecen desde el lado de la filosofía , las primeras referencias de Francisco Bacon a la eutanasia y los pensamientos de Schopenhauer, Nietzsche, Russell…etc. ¿ Y bien ?
En este río tumultuoso no han faltado los analistas del derecho buscando el fundamento jurídico ante decisiones del final de la vida y sometiendo a examen la validez o no del derecho del paciente a la libre disposición.
Un considerable número de estudiosos nos advierte de la terminología. La lingüística juega malas pasadas y las etimologías al parecer se hacen indispensables para abrir luz en este debate, al que por si faltaba alguien se añaden los personajes políticos que en éticas utilitaristas, éticas de panfletos, se lanzan a un ruedo más que peligroso.
El día a día reclama algo más. De una parte reclama medios para una medicina paliativa asentada y competente, con profesionales en continua formación y con apoyos externos para hacer la terapia verdaderamente integral.
Ante el final de la vida la familia del enfermo debe recibir un apoyo a manera de ayuda pero simultáneamente a manera de formación para que sea miembro del equipo que va a acercar hasta la muerte a su ser querido. La implicación de la familia es vital para que el proceso de muerte sea lo menos traumático.
Igualmente y de vital importancia es romper la lucha dicotómica entre la ética de la santidad de la vida y la ética de calidad de vida. La opción debe ser más amplia, lo que es lo mismo, abrir la total autonomía del muriente aceptando su voluntad, siempre que esta sea expresada a través de los medios a tal fin ( testamento vital, últimas voluntades, documentos notariales…etc)
La apertura debe superar más que los cuidados paliativos. Muchos autores defienden que con los cuidados paliativos la eutanasia no puede ser invocada. Nada más lejos de la demanda real de los enfermos terminales y de aquellos que quieren ante determinadas circunstancias vitales no seguir viviendo.
Para el morir, ni el estado, ni instituciones, ni grupos mediáticos, ni los propios familiares pueden ni deben cerrar puertas a la voluntad del verdadero actor, es decir, de quien se sabe morir.
Concluyendo. La necesidad del diálogo entre las dos éticas enfrentadas pasa por un respaldo total al deseo del muriente. Es necesario por otra parte recordar a la Medicina que entre sus objetivos está el ayudar a morir en paz y con la mayor dignidad a todos los seres humanos.
De gran importancia es ampliar los equipos multidisciplinares de cuidados paliativos y dotarlos de orientadores filosóficos especialistas en cuidados existenciales, capaces de orientar y ayudar en ese tramo al muriente y a su familia.
No menos interesante es potenciar la vuelta a casa para morir entre los familiares. Numerosas organizaciones trabajan hoy aprovechando las nuevas tecnologías, que lejos de separar al paciente de su hogar deberían propiciar el acercamiento a los suyos para una despedida digna y humana.
La elección de cómo finalizar la vida debe ser respetada, en ella subyace la dignidad del morir humano. La eutanasia es una de esas opciones.
Una actitud de escucha atenta es primordial para atender las necesidades de los enfermos terminales y sus familiares. Debemos desterrar la idea de que el proceso de morir es un territorio totalmente explorado y conocido. Nada más lejos.







Notas:

(1) Fernando Savater. El contenido de la felicidad. Editorial Aguilar. Madrid 2002. Pág.51
(2) Víctor Méndez Bailes. Sobre morir. Eutanasias, derechos, razones. Editorial Trota. Madrid 2002. Pág. 26
(3) Op.cit. Pág. 32.
(4) Op.cit Pág. 25
(5) Ramón Bayés cita a Daniel Callahan en una entrevista de Hugo Cerdá en la revista digital el escéptico. http:// el digital.org/leer.php2id=1311&autor=41&tema=10. Visitada el 8 de febrero de 2005
(6) Enrique Bonete. ¿Libres para morir?. En torno a la Tánato-Ética. Editorial Desclée De Brouwer. Bilbao 2004. Pág. 174.
(7) Op. Cit. http://%20el%20digital.org/leer.php2id=1311&autor=41&tema=10. Visitada el 8 de febrero de 2005

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